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El mundo de los sueños

por José M. Garay

—Jacob, despierta ya —dijo suavemente la voz de su padre.
—Papá, pero es sábado... —respondió el niño, todavía con los ojos cerrados.
—¡Te tengo una sorpresa!

De pronto, aparecieron padre e hijo en la entrada del establo donde Jacob conoció al burrito. Era de día, pero el cielo estaba nublado. Hacía mucho frío. La voz de su padre le dijo:
—Hay alguien que te está esperando.
—¿Quién, papá? —preguntó el niño.
—Entra y lo averiguarás.

Cuando abrió la pequeña reja de madera, el establo se iluminó por completo. El niño casi no podía mantener los ojos abiertos, por la intensa luz que había en el lugar. Dio unos pasos hacia adelante y vio que, en el centro del establo, había una silla dorada, con los reposabrazos adornados con diamantes y metales preciosos. Con dificultad, pudo ver que una mujer, con cabello largo y vestida de blanco, estaba sentada en la silla. De allí parecía venir la luz que lo cegaba.

Caminó hacia ella; y cuando pudo verla bien, su ansiedad se convirtió en asombro y una sonrisa le llenó el rostro:
—¡Mamá! —exclamó el pequeño: no podía creer lo que veían sus ojos.
—Hola, Jacob —dijo suavemente la voz de su madre.
—¡Eres tú, en verdad! —El niño corrió hacia ella y la abrazó con fuerza—. ¡Te extraño mucho, muchísimo!
—Y yo a ti, mi niño.
—¿Por qué, mamá? ¿Por qué te moriste?
—Hijo, a veces no entendemos del todo la voluntad de Dios... Pero debemos seguir adelante y jamás perder la fe.
—¿Te quedarás conmigo? ¿Has vuelto? —preguntó inocentemente.
—Nunca los he dejado, ni a ti ni a tu padre, y nunca los dejaré. ¿Sabes?, podemos encontrarnos siempre aquí, en tus sueños, cuando tú quieras.
—Realmente estoy soñando... ¿cierto? —asombrado, lo pensó en voz alta.
—Sí, hijo. Y ya debes despertar.
—¡No quiero despertar! ¡Quiero quedarme aquí contigo!
—Siempre estaré contigo... Siempre... Siempre... —repetía sonriéndole y sin dejar de mirarle a los ojos.

El rostro de su madre comenzó a desvanecerse y el establo iluminado pronto se nubló por completo. El niño se aferraba con todas sus fuerzas al recuerdo de su madre, pero le vino a la mente la imagen de su padre y del pequeño borrico. Finalmente, se desprendió de ella y se dejó llevar.

Y mientras regresaba del mundo de los sueños, escuchaba una voz diferente pero familiar. Sintió, de pronto, una mano que le acariciaba la cabeza: —¡Jacob! ¡Hijo! ¡Despierta!

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Derecho de Autor: Registro de Obras Literarias - Expediente n.° 001698-2012 - Indecopi (Lima, Perú).

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