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El primer milagro

por José M. Garay

Jacob no podía creer lo que veían sus ojos. Sin dejar de mirar esas largas orejas moviéndose, dio unos pequeños pasos hacia el animalito. Su corazón latía más fuerte que nunca. En ese momento, un grito de alegría rompió el silencio de la noche: —¡¡Mi burrito!!

El borrico reconoció la voz del niño y volteó a mirarlo. Al verlo, sus ojos se humedecieron; y luego de unos segundos, dio un suave rebuzno. Jacob corrió hacia su burrito. Cuando lo tuvo al frente, se arrodilló en el suelo y lo abrazó lleno de emoción, mientras el animalito acurrucaba su cabeza con la del niño.

Los pastores de Betfagué se miraban unos a otros, sorprendidos. El padre de Jacob, con lágrimas en los ojos, caminó hacia a su hijo, y los abrazó a ambos.

El viejo pastor que había traído al burrito, al ver lo que pasaba, se acercó al padre de Jacob y le dijo:
—Hace dos semanas, seguimos el rastro de un lobo que estaba atacando nuestro rebaño. A unos kilómetros de aquí, encontramos su guarida. Nos enfrentamos al feroz animal y uno de nosotros quedó gravemente herido. Finalmente, pudimos matarlo. Encontramos al burrito, escondido allí mismo, detrás de unas rocas. Es un milagro que esté con vida, aunque tiene algunas heridas en la parte trasera del lomo.
—Debe ser el mismo lobo se llevó al burrito, de nuestra casa, unas semanas atrás. Era un lobo negro, ¿verdad?
—Sí. Era un lobo negro.

El padre de Jacob miró a su hijo y al burrito, nuevamente juntos, y le dijo al viejo pastor:
—La verdad es que ya lo habíamos dado por muerto. No sé cómo podría agradecerles.
—Solo les pido que recen por nuestro compañero herido.
—Lo haremos —dijo respetuosamente, apoyando su mano sobre el hombro de Jacob, quien asintió con la cabeza.

El niño caminó hasta la entrada del establo, con el animalito en sus brazos. Se acercó hacia donde estaba la joven madre:
—Es mi burrito. Se había perdido... pero lo encontraron —le dijo.
—¿Es por eso que estabas tan triste? —preguntó ella con voz suave.
—Sí. Lo extrañaba mucho. Pensé que había muerto.
—Perdiste la esperanza, ¿cierto?
—Sí. Creo que sí.

La joven madre dirigió su mirada hacia el pesebre, donde su hijo descansaba, y dijo:
—A veces no entendemos del todo la voluntad de Dios...
Jacob respondió inmediatamente:
—Pero debemos seguir adelante y jamás perder la fe, ¿verdad?
—¡Precisamente! —dijo sonriéndole.
—Mi padre dice que Él es el Salvador de nuestro pueblo y del mundo entero.
—¿Y tú lo crees?
—Yo creo que sí es un salvador... porque ha salvado a mi burrito.
Ambos sonrieron y el pequeño borrico movió las orejas de alegría.

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Derecho de Autor: Registro de Obras Literarias - Expediente n.° 001698-2012 - Indecopi (Lima, Perú).

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