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Mucho más que agradecer

por José M. Garay

Al día siguiente, de regreso a Betfagué, el padre de Jacob llevaba cargado al burrito, mientras que el niño iba con el rebaño. Los pastores, maravillados, comentaban todo lo que había ocurrido la noche anterior. El sol calentaba fuerte, así que pararon a descansar a las orillas de un riachuelo. Jacob y su padre se quitaron las sandalias para mojarse los pies.

Se sentaron sobre unas piedras y, de pronto, el burrito saltó hacia el agua y los empapó a los dos. El humilde pastor soltó una carcajada y Jacob se contagió también de la risa. El burrito jugaba hundiendo la cabeza en el río; y cuando la sacaba, movía las orejas salpicando al niño y a su padre.

Cuando reanudaron el camino a casa, Jacob recordaba a la joven madre de Belén y a su hijo recién nacido. Se preguntaba si algún día volvería a verlos.

Ya casi al atardecer, el niño contemplaba las tonalidades naranja y violeta que el sol parecía derramar sobre las verdes praderas. El ligero olor a aceitunas maduras anunciaba que ya estaban cerca del Monte de los Olivos.

Observaba a su padre cargando al pequeño borrico y pensaba que tenía mucho más que agradecerle al Salvador. Pues no solo había salvado a su burrito, sino que también les había devuelto —a su padre y a él mismo— la fe, la esperanza y la ilusión de vivir.

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